Jornadas: El terremoto de Managua de 1972: política, cultura y memoria

 

 

 

Pasada la medianoche del 23 de diciembre de 1972, Managua sufrió uno de los terremotos más destructivos de su historia: un sismo con epicentro en el lago Xolotán, una duración de treinta segundos y una magnitud de 6.2 en la escala Richter; fue seguido de dos réplicas en menos de una hora. Murieron más de 19.000 personas y el número de heridos llegó a 20.000. El centro de la capital nicaragüense se redujo a escombros: el 75% de las viviendas, edificios e infraestructura urbana fue destruida; desapareció el 95% de la pequeña industria y el 90% del comercio fue devastado, tanto por el terremoto como por los incendios que tuvieron lugar durante las dos semanas siguientes. Quedaron paralizados los servicios de agua potable, energía eléctrica, telecomunicaciones y alcantarillados. Los sobrevivientes se marcharon de la ciudad en un éxodo masivo, mientras los saqueos aumentaron. Se impuso la Ley Marcial y hubo fusilamientos. 

La mala gestión del gobierno dictatorial, liderado por Anastasio Somoza Debayle, generalizó el descontento de la población, sobre todo por la estrategia de latrocinio que el régimen estableció en cuanto a la propiedad de la tierra urbana y la reconstrucción. Fue así que el acontecimiento y sus consecuencias prepararon el camino para el triunfo de la revolución sandinista en 1979 con un amplio apoyo de diversos sectores de la sociedad. Sin embargo, antes del terremoto ya habían emergido expresiones de protesta que paulatinamente se afianzaron en una organización política y social contra la dictadura. Asimismo, en las semanas posteriores al terremoto, algunos colectivos se dedicaron a auxiliar la población civil y recomponer el tejido organizativo de las redes de Managua, aunque la ciudad como tal ya no existía. En pocas palabras, las consecuencias del terremoto y el manejo gubernamental del desastre fueron los detonantes para provocar una creciente toma de conciencia sociopolítica en la mayoría de nicaragüenses.     

Considerando que en 2022 se cumplen los cincuenta años de dicho terremoto y que muchas historias y narrativas en torno al mismo aún deben ser recuperadas, el propósito de estas jornadas es reflexionar sobre su significado histórico, político, humano y cultural. Nos interesa hacer una relectura y revisión del hecho desde, por ejemplo, los aportes teóricos de los estudios críticos de desastre (“critical disaster studies”), enfocándonos en las diferentes formas de violencia, sobre todo  la “violencia lenta” que implicaba el desastre y su gestión. ¿Cómo se toman las decisiones durante la gestión de los desastres? ¿Qué discursos oficiales o institucionales se manejan? ¿Desde qué lugar se interpelan o cuestionan dichos discursos? ¿De qué manera se registra la vivencia del desastre? ¿Qué imágenes quedan inscritas en la memoria colectiva?

La cuestión ha sido abordada en diversas expresiones artísticas nicaragüenses. Por ejemplo, en la narrativa destacan Las doce y veintinueve (1975) de Rosario Aguilar y Richter 7 (1976) de Pedro Joaquín Chamorro; en la poesía, “Réquiem para una ciudad muerta” (1972) de Pedro Rafael Gutiérrez y Managua 38º (2020) de Marta Leonor González; y en el cine, Corredor de escombros (2013) de Ramiro Lacayo-Deshon. Precisamente, las jornadas pretenden establecer conexiones entre diversos objetos culturales y dichos acontecimientos políticos e históricos, con el fin de construir narrativas alternativas. 

Al respecto, nos interesa especialmente tener en cuenta los siguientes aspectos: 1) las narrativas sobre el hecho derivadas del campo cultural, en general; 2) el papel de las mujeres ya sea como militantes/activistas, estudiantes, maestras, integrantes de comunidades de base, escritoras, gestoras culturales, etc.; 3) la articulación de actores internacionales y de cooperación; 4) vincular este hecho histórico con el presente de Nicaragua y su actual manejo de la pandemia del Covid-19. En definitiva, las jornadas representan una oportunidad para rescatar y visibilizar a diversos protagonistas de la época, así como a las redes de acción, al tiempo que se abordan las realidades políticas, culturales, ecológicas, sanitarias y urbanísticas de entonces, en diálogo con la actualidad. En otras palabras, la posibilidad de revisitar el pasado y activar el presente: proponer un repertorio de prácticas de conmemoración que actúa como puente entre las vivencias del ayer y el hoy para culminar en un tejido de relatos y afectos compartidos.

 

Organizan: